El infierno

¿Qué es el infierno? ¿Existe realmente? El tema del infierno es abordado específicamente en el artículo 12 de la segunda sección (La Profesión de la Fe Cristiana, Los Símbolos de la Fe) de la primera parte del Catecismo de la Iglesia Católica, de los números 1033 al 1037. A continuación, te invitamos a descubrir en este artículo las principales preguntas y respuestas en torno al infierno. Al final de esta lectura, también te invitamos a profundizar en otras preguntas importantes sobre la fe católica.

¿Realmente existe el infierno?

Nos guste o no, el infierno es una realidad. Al menos eso nos dice el número 1035 del Catecismo: “La enseñanza de la Iglesia afirma la existencia del infierno y su eternidad”.

En este número se nos explica que: “Las almas de los que mueren en estado de pecado mortal descienden a los infiernos inmediatamente después de la muerte y allí sufren las penas del infierno, "el fuego eterno" (Nº 1035).

En este mismo número, también se indica que: “La pena principal del infierno consiste en la separación eterna de Dios en quien únicamente puede tener el hombre la vida y la felicidad para las que ha sido creado y a las que aspira”.

¿Debemos tener miedo del infierno?

Si vivimos una vida cristiana “consistente”, no tenemos motivos para temer el infierno. En efecto, el número 1037 nos dice que “Dios no predestina a nadie a ir al infierno, para ello es necesario tener una aversión voluntaria a Dios (un pecado mortal); para que eso suceda es necesaria una aversión voluntaria a Dios (un pecado mortal), y persistir en él hasta el final”.

Además, el mismo número nos recuerda que en la liturgia eucarística y en las plegarias diarias de los fieles, la Iglesia implora la misericordia de Dios, pues Él "no quiere que nadie perezca, sino que todos lleguen a la conversión" (Nº 1037).

¿A qué nos llama todo esto?

A vivir nuestro bautismo gracias a los sacramentos

La realidad del infierno y del cielo, nos invita especialmente a vivir nuestro bautismo y a practicar los sacramentos, en particular la Eucaristía, fuente y plenitud de la vida cristiana, así como también el sacramento de la reconciliación.

Al respecto, el número 1035 del Catecismo nos explica que “las almas de los que mueren en estado de pecado mortal descienden a los infiernos inmediatamente después de la muerte”. Además, la enseñanza de la Iglesia nos recuerda que "todo fiel llegado a la edad del uso de razón debe confesar, al menos una vez al año, fielmente sus pecados graves" (n. 1457), y que "quien tenga conciencia de hallarse en pecado grave que no comulgue el Cuerpo del Señor sin acudir antes a la confesión sacramental” (n. 1457).

A utilizar correctamente nuestra libertad y a convertirnos

Esta realidad, que es el infierno, nos llama en particular a hacer buen uso de nuestra libertad y a buscar la conversión. De hecho, el artículo 1036 del Catecismo nos lo recuerda diciendo:

“Las afirmaciones de la Escritura y las enseñanzas de la Iglesia a propósito del infierno son un llamamiento a la responsabilidad con la que el hombre debe usar de su libertad en relación con su destino eterno. Constituyen al mismo tiempo un llamamiento apremiante a la conversión: "Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella; mas ¡qué estrecha la puerta y qué angosto el camino que lleva a la Vida!; y pocos son los que la encuentran" (Mat. 7, 13-14).

Tengamos presente que, estas palabras no solo constituyen un llamado a la conversión, sino también un llamado a la vigilancia: “Estén prevenidos, porque no saben el día ni la hora” (Mat. 25,13).

Al respecto, el número 1036 del Catecismo dice: “Como no sabemos ni el día ni la hora, es necesario, según el consejo del Señor, estar continuamente en vela. Para que así, terminada la única carrera que es nuestra vida en la tierra mereceremos entrar con Él en la boda y ser contados entre los santos y no nos manden ir, como siervos malos y perezosos, al fuego eterno, a las tinieblas exteriores, donde "habrá llanto y rechinar de dientes” (Nº 1036).

A evangelizar

Dios quiere que “todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tm. 2,4), y nosotros como cristianos tenemos el deber de evangelizar, pues Él no quiere que nadie se pierda (Jn. 6,39). Al respecto, el Catecismo (y en muchos otros textos del Magisterio) nos recuerdan que somos profetas, en virtud de nuestro bautismo, es decir, que debemos anunciar el Evangelio (Los laicos cumplen también su misión profética evangelizando, con "el anuncio de Cristo comunicado con el testimonio de la vida y de la palabra" - N.º905 del Catecismo).

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