“(...) Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29) Estas fueron las palabras de Juan cuando Jesús se acercó a Él para ser bautizado en el Jordán. ¿Alguna vez te has preguntado por qué Juan llamó a Jesús el Cordero de Dios? Descubre cómo la palabra de Dios relaciona el sacrificio de Jesús, el Cordero inmolado, con el perdón de los pecados.
Jesús es el Cordero de Dios que vino a quitar el pecado del mundo. En el Antiguo Testamento, concretamente en el libro del Levítico, podemos ver que en tiempos pasados el pueblo de Dios tenía que ofrecer sacrificios y derramar la sangre de animales (cabras, toros, corderos, etc.) para cubrir sus faltas. Sin embargo, cuando Jesús derramó su sangre preciosa, no solo cubrió los pecados del pueblo, sino que los borró completamente.
En el capítulo 10 del libro de Hebreos podemos ver una comparación entre la Antigua Alianza, es decir, los sacrificios que exigía la Ley, y la Nueva Alianza, en la que se nos concede el perdón de Dios a través de la sangre de Jesús, que fluyó en la cruz del Gólgota: “porque es imposible que la sangre de toros y chivos quite los pecados. Por eso, Cristo, al entrar en el mundo, dijo: “Tú no has querido sacrificio ni oblación; en cambio, me has dado un cuerpo.” (Hebreos 10:4-5).
“Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: «Tomen y coman, esto es mi Cuerpo». Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, diciendo: «Beban todos de ella, porque esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos para la remisión de los pecados. (Mateo 26:26-28).
“Al día siguiente, Juan vio acercarse a Jesús y dijo: «Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. A él me refería, cuando dije: Después de mí viene un hombre que me precede, porque existía antes que yo” (Juan 1:29-30).
“Despójense de la vieja levadura, para ser una nueva masa, ya que ustedes mismos son como el pan sin levadura. Porque Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado” (1 Corintios 5:7).
“¡Cuánto más la sangre de Cristo, que por otra del Espíritu eterno se ofreció sin mancha a Dios, purificará nuestra conciencia de las obras que llevan a la muerte, para permitirnos tributar culto al Dios viviente!” (Hebreos 9:14).
“Ustedes saben que fueron rescatados de la vana conducta heredada de sus padres, no con bienes corruptibles, como el oro y la plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, el Cordero sin mancha y sin defecto” (1 Pedro 1:18-19).
“ A esto han sido llamados, porque también Cristo padeció por ustedes, y les dejó un ejemplo a fin de que sigan sus huellas. Él no cometió pecado y nadie pudo encontrar una mentira en su boca. Cuando era insultado, no devolvía el insulto, y mientras padecía no profería amenazas; al contrario, confiaba su causa al que juzga rectamente. Él llevó sobre la cruz nuestros pecados, cargándolos en su cuerpo, a fin de que, muertos al pecado, vivamos para la justicia. Gracias a sus llagas, ustedes fueron curados” (1 Pedro 2:21-24).
Ahora bien, “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonarnos y purificarnos de toda maldad.” (1 Juan 1:9). Jesucristo murió en la cruz para que todos los hombres pudieran ser salvados y liberados del pecado. La única condición es que reconozcamos nuestros pecados y creamos en Jesús, de este modo Dios nos envuelve en su misericordia. Por eso, no tengamos miedo de acercarnos a Dios, porque Jesús nos ha reconciliado con Él mediante su sacrificio en la cruz.