El Antiguo Testamento presenta al patriarca Abraham como uno de los primeros hombres que hizo un pacto con Dios. El padre de la fe, como era conocido, creía que Dios podría darle un hijo, aun cuando él y su mujer eran bastante mayores. De hecho, Abraham e Isaac son la prueba de que Dios recompensa la fe de un padre, dándole el hijo de la promesa, incluso contra todo pronóstico y dificultad. Sin embargo, en algún momento de su vida el Señor también le pidió que lo sacrificara. Quizá te estás preguntando ¿por qué Abraham debía sacrificar a Isaac? Te invitamos a descubrir el pasaje bíblico que narra el sacrificio de Isaac, para que podamos comprender las razones detrás de esta peculiar solicitud de Dios.
“1 Después de estos acontecimientos, Dios puso a prueba a Abraham: «¡Abraham!», le dijo. El respondió: «Aquí estoy».
2 Entonces Dios le siguió diciendo: «Toma a tu hijo único, el que tanto amas, a Isaac; ve a la región de Moria, y ofrécelo en holocausto sobre la montaña que yo te indicaré».
3 A la madrugada del día siguiente, Abraham ensilló su asno, tomó consigo a dos de sus servidores y a su hijo Isaac, y después de cortar la leña para el holocausto, se dirigió hacia el lugar que Dios le había indicado.
4 Al tercer día, alzando los ojos, divisó el lugar desde lejos,
5 y dijo a sus servidores: «Quédense aquí con el asno, mientras yo y el muchacho seguimos adelante. Daremos culto a Dios, y después volveremos a reunirnos con ustedes».
6 Abraham recogió la leña para el holocausto y la cargó sobre su hijo Isaac; él, por su parte, tomó en sus manos el fuego y el cuchillo, y siguieron caminando los dos juntos.
7 Isaac rompió el silencio y dijo a su padre Abraham: «¡Padre!». El respondió: «Sí, hijo mío». «Tenemos el fuego y la leña, continuó Isaac, pero ¿dónde está el cordero para el holocausto?».
8 «Dios proveerá el cordero para el holocausto», respondió Abraham. Y siguieron caminando los dos juntos.
9 Cuando llegaron al lugar que Dios le había indicado, Abraham erigió un altar, dispuso la leña, ató a su hijo Isaac, y lo puso sobre el altar encima de la leña.
10 Luego extendió su mano y tomó el cuchillo para inmolar a su hijo.
11 Pero el Ángel del Señor lo llamó desde el cielo: «¡Abraham, Abraham!». «Aquí estoy», respondió él.
12 Y el Ángel le dijo: «No pongas tu mano sobre el muchacho ni le hagas ningún daño. Ahora sé que temes a Dios, porque no me has negado ni siquiera a tu hijo único».
13 Al levantar la vista, Abraham vio un carnero que tenía los cuernos enredados en una zarza. Entonces fue a tomar el carnero, y lo ofreció en holocausto en lugar de su hijo” (Génesis 22:1-13).
Isaac representa el hijo que Abraham había esperado toda su vida, el hijo que tanto quería. En nuestras vidas, Isaac puede representar ese trabajo que hemos anhelado, ese curso de formación en el que por fin nos han aceptado, o esa persona que encaja tan bien con nosotros y con la que nos llevamos tan bien. ¿Estaríamos dispuestos, como Abraham, a renunciar a eso que tanto deseamos si Dios nos lo pidiera? Al respecto, el Señor Jesús nos dice: “«Cualquiera que venga a mí y no me ame más que a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a su propia vida, no puede ser mi discípulo” (Lucas 14, 26). Ser discípulo de Jesús es confiar en Él y no tener miedo de renunciar a nosotros mismos si nos lo pide.
El ejemplo de Abraham nos muestra que Dios quiere que lo amemos por sobre todas las cosas. Él es el único digno de adoración y no quiere que nada ni nadie compita con Él. El libro de Hebreos revela que Abraham decidió ofrecer a su hijo, no por obligación sino por fe: “Y lo ofreció, porque pensaba que Dios tenía poder, aun para resucitar a los muertos. Por eso recuperó a su hijo, y esto fue como un símbolo” (Hebreos 11:19). Por eso, cuando ofrecemos a Dios algo precioso, algo que nos importa, debemos creer que Dios recompensa a quienes confiamos en Él, y debemos darle lo que nos pide con gozo y alegría.