La Biblia nos presenta la historia de David en el Antiguo Testamento, específicamente en los libros de 1 y 2 de Samuel. Tengamos presente que, este rey de Israel fue elegido por Dios, cuando aún era joven pastor perteneciente a una familia del común. Al principio, el jovencito estuvo al servicio del rey Saúl, posteriormente, David y Goliat se enfrentaron, dando como resultado la victoria del pueblo de Israel. Fue precisamente este hecho el que le hizo pasar a David del anonimato, a liderar el ejército de Israel, y finalmente a suceder el trono del pueblo de Dios. Te invitamos a descubrir la historia de este valiente soldado, padre del rey Salomón y autor de muchos salmos de la Biblia.
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David estaba cuidando el rebaño de su padre cuando el profeta Samuel lo llamó para ungirlo como rey. Si bien es cierto que el profeta estuvo a punto de equivocarse al ver a los hermanos mayores de David, el Señor le dijo: “No te fijes en su aspecto ni en lo elevado de su estatura, porque yo lo he descartado. Dios no mira como mira el hombre; porque el hombre ve las apariencias, pero Dios ve el corazón” (1 Samuel 16:7). Dios llamó a David "el hombre según su corazón" (Hechos 13:22), y lo inspiró para escribir muchos poemas para la gloria de Dios. De hecho, el libro de los Salmos nos muestra a un David que confiaba mucho en Dios y amaba obedecer su ley. También nos permite conocer a un hombre que tenía un gran corazón: por ejemplo, cuando se refugió en una cueva para huir de Saúl, y “(...) se le juntaron todos los que estaban en algún aprieto, cargados de deudas o descontentos de la vida. Así llegó a ser jefe de unos cuatrocientos hombres” (1 Samuel 22:2). Se puede interpretar que estas personas rechazadas pudieron acercarse a David, no solo porque él no los juzgaba, sino también porque había aprendido a ser pastor, es decir, a cuidar de los demás, lo cual permitió que, posteriormente, estos hombres se convirtieran en soldados muy valientes.
Por recomendación de un siervo del rey Saúl, “David se presentó a Saúl y se puso a su servicio. Saúl le tomó un gran afecto y lo hizo su escudero” (1 Samuel 16:21). De hecho, David consiguió el favor del rey pues tocaba el arpa para él cuando los espíritus malignos venían a atormentarlo. Sin embargo, cuando David hizo parte de los ejércitos de Israel, y comenzó a obtener impresionantes victorias, esto provocó los celos del rey. La Biblia se refiere a esta realidad diciendo: “Saúl se puso furioso y muy disgustado por todo aquello, pensó: «A David le atribuyen los diez mil, y a mí tan sólo los mil. ¡Ya no le falta más que la realeza!». Y a partir de ese día, Saúl miró con malos ojos a David (1 Samuel 18:8-9). A decir verdad, el rey Saúl empezó a odiar a David y trató de matarlo en varias ocasiones. Sin embargo, Dios dirigía el corazón de David a tal punto que, cuando tuvo la oportunidad de matar a Saúl, se negó a hacerlo, diciendo a sus hombres: “«¡Dios me libre de hacer semejante cosa a mi señor, el ungido del Señor! ¡No extenderé mi mano contra él, porque es el ungido del Señor!». Con estas palabras, David retuvo a sus hombres y no dejó que se abalanzaran sobre Saúl. Así Saúl abandonó la cueva y siguió su camino (1 Samuel 24:7-8).
“Así venció David al filisteo con la honda y una piedra; le asestó un golpe mortal, sin tener una espada en su mano” (1 Samuel 17:50).
“Siempre que salía de campaña, enviado por Saúl, David tenía éxito. Entonces Saúl lo puso al frente de sus hombres de guerra. David era bien visto por todo el pueblo y también por los servidores de Saúl” (1 Samuel 18:5).
“David replicó al filisteo: «Tú avanzas contra mí armado de espada, lanza y jabalina, pero yo voy hacia ti en el nombre del Señor de los ejércitos, el Dios de las huestes de Israel, a quien tú has desafiado. Hoy mismo el Señor te entregará en mis manos; yo te derrotaré, te cortaré la cabeza, y daré tu cadáver y los cadáveres del ejército filisteo a los pájaros del cielo y a los animales del campo. Así toda la tierra sabrá que hay un Dios para Israel. Y toda esta asamblea reconocerá que el Señor da la victoria sin espada ni lanza. Porque esta es una guerra del Señor, y él los entregará en nuestras manos»” (1 Samuel 17:45-47).
“Apenas David terminó de hablar con Saúl, Jonatán se encariñó con él y llegó a quererlo como a sí mismo” (1 Samuel 18:1).
“¡Cuánto dolor siento por ti, Jonatán, hermano mío muy querido! Tu amistad era para mí más maravillosa que el amor de las mujeres” (2 Samuel 1:26).
“Cuando Meribaal, hijo de Jonatán, se presentó ante David, cayó con el rostro en tierra y se postró. David le dijo: «¡Meribaal!». «Aquí estoy para servirte», respondió él. Luego David añadió: «No tengas miedo. Quiero darte una prueba de fidelidad, por amor a tu padre Jonatán. Voy a devolverte todas las tierras de tu antepasado Saúl, y tú compartirás siempre la mesa conmigo» (2 Samuel 9:6-7).
“Mientras tanto, David y toda la casa de Israel hacían grandes festejos en honor del Señor, cantando al son de cítaras, arpas, tamboriles, címbalos y platillos” (2 Samuel 6:5).
“Todos los ancianos de Israel se presentaron ante el rey en Hebrón. El rey estableció con ellos un pacto en Hebrón, delante del Señor, y ellos ungieron a David como rey de Israel. David tenía treinta años cuando comenzó a reinar y reinó cuarenta años” (2 Samuel 5:3-4).
“Una tarde, después que se levantó de la siesta, David se puso a caminar por la azotea del palacio real, y desde allí vio a una mujer que se estaba bañando. La mujer era muy hermosa. David mandó a averiguar quién era esa mujer, y le dijeron: «¡Pero si es Betsabé, hija de Eliam, la mujer de Urías, el hitita!». Entonces David mandó unos mensajeros para que se la trajeran. La mujer vino, y David se acostó con ella, que acababa de purificarse de su menstruación. Después ella volvió a su casa. La mujer quedó embarazada y envió a David este mensaje: «Estoy embarazada»” (2 Samuel 11:2-5).
“Por qué entonces has despreciado la palabra del Señor, haciendo lo que es malo a sus ojos? ¡Tú has matado al filo de la espada a Urías, el hitita! Has tomado por esposa a su mujer, y a él lo has hecho morir bajo la espada de los amonitas” (2 Samuel 12:9).
“¡Ten piedad de mí, oh Dios, por tu bondad, por tu gran compasión, borra mis faltas! ¡Lávame totalmente de mi culpa y purifícame de mi pecado! Porque yo reconozco mis faltas y mi pecado está siempre ante mí. Contra ti, contra ti solo pequé e hice lo que es malo a tus ojos. Por eso, será justa tu sentencia y tu juicio será irreprochable” (Salmo 50:3-6).