“Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad situada en la cima de una montaña. Y no se enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón, sino que se la pone sobre el candelero para que ilumine a todos los que están en la casa. Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo” (Mateo 5: 14-16).
“13 Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué se la volverá a salar? Ya no sirve para nada, sino para ser tirada y pisada por los hombres.
14 Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad situada en la cima de una montaña.
15 Y no se enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón, sino que se la pone sobre el candelero para que ilumine a todos los que están en la casa.
16 Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo.
17 No piensen que vine para abolir la Ley o los Profetas: yo no he venido a abolir, sino a dar cumplimiento.
18 Les aseguro que no desaparecerá ni una i ni una coma de la Ley, antes que desaparezcan el cielo y la tierra, hasta que todo se realice.
19 El que no cumpla el más pequeño de estos mandamientos, y enseñe a los otros a hacer lo mismo, será considerado el menor en el Reino de los Cielos. En cambio, el que los cumpla y enseñe, será considerado grande en el Reino de los Cielos” (Mateo 5: 13-19).
-Versión: la Palabra del Pueblo de Dios
Jesús nos pide que seamos la luz del mundo. Sabemos por las palabras del evangelista Juan que Jesús es la Luz del mundo, pues en el Prólogo de su Evangelio testifica diciendo: “La Palabra era la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre” (Juan 1: 9) y un poco más adelante también afirma que: “La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la percibieron” (Juan 1:5). De hecho, el mismo Jesús se dirigió a los fariseos diciendo: “Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la Vida” (Juan 8:12). Por eso, Jesús nos pide reflejar su propia luz y ser testigos y portadores de ella, para que todos puedan llegar a conocerlo. Se puede decir que la vocación del cristiano es explícita en este Evangelio: se trata de brillar para nuestros hermanos, especialmente para los de nuestra propia casa, es decir, para nuestra familia. Por lo tanto, cuando irradiamos la luz de Dios, todos podrán ver con claridad el camino que conduce hacia Cristo y recibir la salvación por medio de Él. A decir verdad, el cristiano se convierte en una luz para los que le rodean obedeciendo los mandamientos de Dios, recibiendo los sacramentos y recurriendo a la oración.
Jesús solo espera que seamos la Luz del mundo. Como cristianos, debemos dejar que la luz de Cristo brille a nuestro alrededor para iluminar a nuestros hermanos y guiarlos por el camino de la vida eterna. ¡Recemos para ser testigos de su luz!
¡Ora para ser la luz del mundo con Hozana!