"¡Grande es el poder de la oración!" nos dijo Santa Teresita del Niño Jesús, quien siendo todavía una niña, se dormía con su rosario en la mano. La oración es un verdadero corazón a corazón con Dios y está en el centro de la vida de cada cristiano. Es un gran regalo de Dios, sin embargo, a veces se nos hace difícil rezar. Aunque sabemos que no hay un método infalible, ¡te ofrecemos a continuación algunos consejos y pistas que a veces pueden ayudarnos para orar!
La oración consiste en establecer una relación personal con Dios, es dejarse amar por Él y responder a su amor. Es pasar tiempo con el Señor, en un encuentro con Él, es escucharlo y hablar con Él.
"Orar no consiste en pensar mucho, sino en amar mucho", escribió Santa Teresa de Ávila. Orar no es pensar en Dios sino reposar nuestro corazón en Él: no es pasar por la vía del intelecto, sino por la del corazón. Todos pueden orar: bautizados o no, laicos o religiosos, ¡basta abrir el alma al Señor y acogerlo!
La vida de oración es sobre todo un don, una gracia ofrecida por Dios. No se trata de "orar" como si se tratara de un deber, sino de acoger este don que se nos hace para poder dirigirnos a Dios como a nuestro padre, para dirigirnos a Cristo como a nuestro hermano, nuestro amigo. La oración es gratuita: nadie nos obliga a rezar.
Orar es encontrarse con alguien y dejarse conocer, en una relación que no se produce a nivel de la inteligencia sino a nivel del corazón. La llama que enciende este encuentro consiste en creer, esperar y amar. La oración del corazón también se llama oración teológica, porque Dios nos da las llamadas tres virtudes teologales para cultivarlas durante toda nuestra vida, a fin de avanzar en el camino de la fe y la oración. Estas son habilidades que nos da para lograrlo directamente: se trata de la fe, la esperanza y el amor.
La fe es confiar en el Señor, creer en un Dios mucho mayor de lo que nuestro intelecto puede entender. La esperanza es esperar: grandes cosas suceden con el tiempo. Pero la esperanza también está arraigada en la fe: "Señor, creo en tus promesas, me darás mucho". Finalmente, el amor, la caridad, la mayor de estas virtudes que, no obstante, depende de las otras dos. Santa Teresa de Ávila usa la palabra "amistad" para designar nuestra relación con Dios: cada encuentro con la amistad es un encuentro con el amor. Se produce, entonces, un intercambio, una comunión con el otro, siempre que uno le abra su corazón.
La oración está en el centro y en el origen de la vida de cada cristiano: es lo que le da su significado, es "el secreto de un cristianismo verdaderamente vital" como dijo san Juan Pablo II. Un cristiano que no reza se corta de sus raíces, drena su energía, da sin recargarse y pierde el sentido de todas las cosas: "Permanezcan en mí y yo permaneceré en ustedes" (Juan 15,4).
En el Evangelio según San Lucas, los apóstoles le piden a Cristo: "Señor, enséñanos a orar" (Lucas 11,1). Jesús les concede esta petición y les enseña la oración del Padre Nuestro. La oración es una herencia directa de Cristo que, al transmitirla a sus apóstoles, la transmitió a toda su Iglesia. Jesús mismo pasó muchas horas orando y alentando a los apóstoles a hacer lo mismo "Velad y orad, para que no caigáis en tentación; que el espíritu está pronto, pero la carne es débil." (Mateo 26,41). La oración de Cristo fue ante todo la del cuerpo de un hombre para Dios.
Orar es darse a sí mismo para acompañar al Señor. Santa Teresa de Ávila enfatizó esto bien: "No vengas a orar para recibir, sino primero para dar. [...] para hacerle compañía al Señor". El propósito principal de la oración no es recibir gracias. Es sencillamente creer en la palabra de Dios, confiar en Él y amarlo en el tiempo presente. Si venimos a orar para ofrecernos de forma gratuita, entonces cuando nuestra oración se torna árida y nos aburrimos, es más fácil aceptarla para darle todo al Señor y permanecer con Él. Orar es ofrecerle a Dios el bien más preciado que tenemos: el tiempo. Es darle un lugar en nuestra vida diaria y situarlo en el centro de la misma.
En este corazón a corazón con el Señor, ¡qué bueno es decirle gracias! La oración para dar gracias a Dios se llama una acción de gracias. Agradecer a Dios también significa darse cuenta de todos sus beneficios y maravillas y aceptarlos. Es expresar una verdadera gratitud hacia lo que nos rodea, y nos permite maravillarnos de todo. Hay muchas oraciones de acción de gracias, pero también algunos salmos muy hermosos tienen ese mismo sentido.
Un salmo de acción de gracias: Salmo 137
“Te doy gracias, Señor, de todo corazón, pues has escuchado las palabras de mi boca.
En presencia de los ángeles canto para ti, hacia tu santo Templo me prosterno.
Doy gracias a tu nombre por tu amor y tu verdad, pues tu promesa ha superado tu renombre.
El día en que te llamé, tú me escuchaste, aumentaste la fuerza en mi alma.
Te dan gracias todos los reyes de la tierra, porque oyen las promesas de tu boca;
Ellos cantan los caminos del Señor: «¡Qué grande es la gloria del Señor!»
¡Por excelso que sea el Señor, ve al humilde, al soberbio le conoce desde lejos!
Si ando en medio de angustias, tú me das la vida, frente a la cólera de mis enemigos, extiendes tú la mano y tu diestra me salva:
El Señor hará todo por mí. ¡Oh Señor, es eterno tu amor, no detengas la obra de tus manos!"
San Agustín dijo que "Cantar es rezar dos veces". ¡Alabar la grandeza y el poder de Dios también se puede hacer con la música! Existen muchas canciones de alabanza, las hay para todos los gustos. ¡Gracias a Hozana, alaba a Dios con música todos los días!
Salmo, oración o canción de alabanza, lo más importante es dirigirle al Señor un verdadero: "¡Gracias, Dios mío!", que provenga del fondo del corazón!
El propósito de la oración también puede ser ponernos en manos de Dios, entregarnos completamente a Él. Podemos orar para pedirle que nos ayude a confiar en Él por completo, para dejarle que guíe nuestra barca. Cuando los hechos nos sobrepasan, recurrir a la oración es importante, como en el caso de la crisis del coronavirus. Las oraciones al Sagrado Corazón de Jesús, por ejemplo, tienen la vocación de fundirnos en el Corazón de Cristo, para ofrecernos a Él.
El Padre Nuestro, con su frase "Que se haga tu voluntad, así en la tierra como en el cielo" nos permite ponernos en sus manos. Nos recuerda que si rezamos, no es para que el Señor nos conceda el menor de nuestros deseos, sino para que nos guíe un poco más hacia la santidad, por el camino que es el nuestro.
La oración del Padrenuestro
“Padre nuestro, que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas
como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal. Amén"
Oración de abandono por Charles de Foucauld
"Padre mío, a Ti yo me abandono
Haz de mí lo que quieras.
Lo que hagas de mí te lo agradezco,
estoy dispuesto a todo,
lo acepto todo.
Con tal de que Tu voluntad se haga en mí
y en todas tus criaturas,
no deseo nada más, Dios mío.
Pongo mi vida en Tus manos.
Te la doy, Dios mío,
con todo el amor de mi corazón,
porque te amo,
y porque para mí amarte es darme,
entregarme en Tus manos sin medida,
con infinita confianza,
porque Tu eres mi Padre"
“Pedid y se os dará” (Mateo 7,7). El propósito de la oración también es pedirle algo al Señor. ¿Pero podemos pedirle todo?
La oración no tiene como finalidad colmar nuestros deseos humanos o alejarnos del camino que Dios tiene para nosotros. Sobre todo porque Dios no es una especie de genio mágico que realiza todos nuestros deseos. Debemos tener cuidado de no convertirlo en una solución a todos nuestros problemas. La acción de Dios se siente especialmente en nosotros: nos trae profunda paz, alegría, nuevas fuerzas. El Señor no está para suavizar y suprimir todas las dificultades en nuestro camino, y no lo hará. Sin embargo, Él está a nuestro lado para proporcionarnos la fuerza necesaria para superar cualquier terrible experiencia. Este es, por ejemplo, el caso de las oraciones de curación que, sobre todo, transforman nuestra mirada y nuestros corazones ante la enfermedad. Hay Tambien oracion de proteccion o oracion para pedir trabajo. La oración de petición no siempre cambia las cosas externas, pero indudablemente transforma a la persona que reza. Una oración hecha con fe siempre es fructífera porque nos cambia a nosotros mismos. "Y todo cuanto pidáis con fe en la oración, lo recibiréis." (Mateo 21,22).
La oración de petición más famosa es la segunda parte del Padre Nuestro: “Danos hoy nuestro pan de cada día”, cuando se le pide a Dios que nos ayude para que podamos superar los obstáculos de nuestra jornada diaria con alegría y amor.
La oración cambia el corazón de los hombres y produce muchos frutos. Rara vez son inmediatos, y no siempre en la forma esperada, pero cuanto más ánimo tenemos para darle de nuestro tiempo a Dios, más vemos su fruto a largo plazo en todas las áreas de nuestras vidas.
El primer y más hermoso fruto de la oración es la caridad. Cristo salvó al mundo, no por medio del poder sino por el amor humilde que se rebaja hasta acercarse al que salva. La oración lleva a imitar a Jesús y a abrirnos al amor. Cuando oramos, caminamos por el camino de Cristo y buscamos imitarlo.
Muchos otros frutos resultan de ello:
• Una paz profunda en el fondo de nuestro corazón
• Una verdadera alegría que irradia a nuestro alrededor, independiente de las tormentas externas
• Otra forma de trabajar más segura: sabemos que Dios está a nuestro lado
• Una mirada diferente del otro, impronta de amor y respeto
• Otra forma de reaccionar a las pruebas diarias, de releer nuestras fallas, de construir proyectos
• Una mirada retrospectiva sobre la vida, sobre los obstáculos de nuestro camino
• Una mirada más lúcida y profunda del mundo
La oración nos permite reenfocarnos en lo esencial y no quedarnos en la superficie de las cosas. Nos invita a no vivir más fuera de nuestro corazón, sino a ganar en interioridad y, por lo tanto, en sabiduría, en profundidad y en autoconocimiento.
La gracia de la oración, Dios nos la da en la oración: aprendemos a orar orando. He aquí un pequeño paso a paso concreto para rezar más fácilmente. Por supuesto, todos somos diferentes, con sensibilidades particulares: ¡entonces a adaptar caso por caso!
Dios está conmigo todos los días, en todo momento: puedo rezar desde cualquier lugar. Pero si tengo problemas para concentrarme y no distraerme, trato de ponerme en un lugar tranquilo, un poco alejado. Por lo general, la mejor manera es acomodar un pequeño rincón de oración en mi casa especialmente para rezar, ¡o ir a una iglesia cercana! También puedo contemplar la naturaleza o en los momentos más tranquilos de mi vida diaria, buscar medios hermosos para pasar un tiempo con Jesús.
Un minuto, media hora, lo que sea, pero reservo este momento especialmente para Dios. Es demasiado fácil pasarse el día diciendo "No tuve tiempo": siempre queda la posibilidad de encontrar 5 minutos. Una hermosa oración, en la mañana y otra en la noche , un agradecimiento no tiene que durar mucho. Siempre es más agradable tomarse su tiempo para orar, despejar la cabeza de todas sus ideas y concentrarse en Jesús.
No nos ponemos en oración cuando nos ponemos a trabajar: llegamos a la oración poniéndonos a disposición del Espíritu Santo. No sabemos de antemano adónde nos quiere llevar. Por lo tanto, debemos abrirnos a Él, con toda docilidad y disponibilidad, para permitirnos ser esclarecidos y guiados por este maestro de la oración. También es su papel: la distancia entre nosotros y Dios, que es inmensa. Su tarea es acercarnos un poco más al Padre.
Puede comenzarse la oración con una señal de la cruz, seguida de una canción o una invocación al Espíritu Santo. Por ejemplo, puede ser letanias al espiritu santo.
Si no se tiene mucha inspiración o si no se está muy entrenado, no hay que preocuparse. Es normal, a veces, sentirse más cómodo con las oraciones ya escritas que sentirse obligado a improvisar. Nuestra historia cristiana abunda en santos y oraciones, algunas más hermosas que otras, salmos magníficos, por ejemplo. Y, sobre todo, a menudo olvidamos la belleza de un Padre Nuestro o un Ave María rezados con todo el corazón. El tiempo de oración también está hecho para recibir la palabra de Dios: Él me amó, me habló antes de que yo le hablara, y en su palabra viene a mi encuentro a través de las Sagradas Escrituras. Puedo tomar un texto del Evangelio para convertirlo en mi punto de encuentro con Jesús: leerlo, imaginármelo, detenerme en una frase o en un versículo que me conmueva particularmente y meditarlo, siguiendo el principio de la lectio divina.
Al comienzo de mi oración, puedo agradecer todas las gracias que he recibido, todos los encuentros que he tenido, y pedir la fortaleza que necesitaré. También puedo confiar al Señor las personas que me importan, alabar a Dios y admirar todas sus bendiciones, o preguntarle acerca de algo que guardo muy cerca de mi corazón.
Lo más importante es hablar con franqueza. Cuando oramos, no hay necesidad de mostrarse o tratar de esconderse. Orar es aceptar estar en verdad consigo mismo, con los demás y con el mundo. "Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres" (Juan 8,32)
Cuando realmente uno no sabe qué decirle a Dios, puede usar la oración de la alianza. También llamada por San Ignacio de Loyola examen de conciencia es una oración diaria que nos permite mantener vivo un vínculo de amistad con el Señor. Se compone de tres partes:
• Dar gracias: Comienzo agradeciendo a Dios por el maravilloso regalo de la vida, me regocijo por todas las cosas hermosas que me sucedieron en el día, ¡incluso las más pequeñas!
• Pedir perdón: escucho mis sentimientos, los nombro y encuentro el motivo, para volver a revisar mi día lo mejor posible. Aprovecho este tiempo para reconocer y pedir perdón por lo que me resultó un poco más difícil, y por lo que pude haber hecho mejor. Si no puedo encontrar las palabras para expresarle a Dios mi arrepentimiento y el deseo de recibir Su Misericordia, puedo rezar el acto de contrición.
• Decirle un "por favor": dirigirme confiado en el mañana y confiarlo a Dios. Ofrecerle mis miedos, mis esperanzas, mis expectativas.
Orar es ponerse en la presencia de Dios. No es solo hablar, sino también escuchar. Para escuchar, me callo, y sobre todo hago silencio en mi corazón, estoy en oración. Una buena manera de mantenerse atento puede ser leer una frase del Evangelio del día y dejar que resuene en nosotros, hasta absorberla. A veces solo decir el nombre de Jesús nos ayuda a estar en su presencia y a estar atentos.
"Os exhorto, pues, hermanos por la misericordia de dios, a que ofrezcáis vuestros cuerpos como una víctima viva, santa, agradable a Dios: tal será vuestro culto espiritual."(Romanos 12,1)
Cuando tengo problemas para orar, me distraigo fácilmente y la oración es árida, entonces es hora de ofrecerle mis dificultades al Señor. Me ofrezco a Él sin tratar de entender nada, sin controlar nada, sin disponer de nada. Mi mayor riqueza es hacerme pobre, dejarle espacio a Él y dejar que entre en mí. Ofrecerme a Dios es ofrecerle mis debilidades y mis esfuerzos: lo que cuenta no es haber estado distraído 20 veces durante mi oración, sino haber renunciado 20 veces a mi distracción. ¡Haber perseverado y haber tratado de concentrarme de nuevo!
Igual que un principio, la oración tiene un final. Decir adiós, tomarse el tiempo para agradecer el momento difícil o agradable vivido con el Señor es parte integral de la oración. Al despedirnos de Él, volvemos a poner nuestra vida en sus manos, le confiamos nuestras actividades futuras, nuestras reuniones. Digámosle adiós y gracias, y démosle cita para vernos en otra ocasión.
La oración más hermosa no es la que dura 1 hora una vez al año, sino la oración regular que está anclada en una fe sólida. La oración nunca es en vano: siempre produce su fruto, incluso si no se nota de inmediato. Por supuesto, rezar todos los días no es necesariamente color de rosa: a veces resulta difícil ponerse en presencia de Dios. Pero si siempre llevo conmigo un objeto religioso, recito un Padre Nuestro o un Ave María a diario, invoco a Dios todos los días… ¡Y le hago un espacio en mi corazón para que regrese!
Solo hay una respuesta a esta pregunta: ¡ambas!
"Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en secreto te recompensará en público." (Mateo 6,6)
La oración no se compone solo de gestos, signos, alabanzas, canciones, palabras. Orar no es solo orar por los demás, agradecer, rezar un rosario o un Padre Nuestro. Orar es, ante todo, un cara a cara con Dios en el silencio de nuestro corazón.
La oración personal también se conoce como oración y es esencial para la vida de todo cristiano. Nos permite retirarnos en el silencio de nuestro corazón y pasar un momento a solas con el Señor. Es un regalo extraordinario de Dios, la respiración del alma, que nos permite hablar con Él y ganar interioridad. Esta oración personal es esencial: somos los dueños únicos del tiempo que tomamos, del lugar donde estamos, de la calidad que le damos. Nos permite permanecer en Jesús como Él permanece en nosotros, y centrarnos en lo esencial: Dios.
La oración personal también se puede encontrar en la adoración. La adoración eucarística es un diálogo con Cristo, una oración personal e íntima con Jesús, presente en la hostia consagrada: el Santísimo Sacramento: "Este es mi cuerpo, entregado por vosotros" (Lucas 22,19). El católico cree en la presencia real de Cristo en la Eucaristía y, por lo tanto, el momento de la adoración es un intercambio silencioso; un cara a cara y un corazón a corazón con Jesús.
Para crecer en la oración personal, por supuesto, puede hacerse acompañar espiritualmente, ir a ver a un sacerdote o una religiosa si tiene dudas. Hablar sobre ellas, a veces, puede ayudar a construir confianza en la oración. Si la oración personal es necesaria para el equilibrio del cristiano, la oración colectiva también es muy importante, especialmente la Misa, que es el tiempo del sacramento de la Eucaristía.
La religión cristiana, lejos de basarse en el individualismo, alienta a las comunidades. No somos cristianos en nuestro rincón: somos cristianos todos juntos en la Iglesia, que está compuesta por muchos fieles, en nuestra familia, en nuestras comunidades cristianas (grupos de oración, escutismo, monasterios, etc.).
Al definirnos como cristianos, aceptamos pertenecer a esta comunidad. Aceptamos depender de los demás, de su amor, y les hacemos depender de nosotros. Aceptamos crecer gracias a otros y hacer que otros crezcan junto a nosotros. Como recuerda San Pablo, “Porque así como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, pero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un solo cuerpo, así también Cristo." (1 Corintios, 12,12). Sin los demás y sin su amor, no somos nada.
"Si dos de vosotros se pusieren de acuerdo en la tierra acerca de cualquier cosa que pidieren, les será concedido por mi Padre que está en los cielos. Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos." (Mateo, 18, 19-20)
Aquí nace la comunidad de oración: ya los primeros cristianos vivían en comunidad y rezaban juntos. Hoy, con la excepción de los monasterios, conventos u otras comunidades laicas como los Hogares de Caridad (Foyers de Charité), los cristianos generalmente viven solos o con la familia, - una forma más pequeña de comunidad. Sin embargo, hemos mantenido esta necesidad de oración colectiva, que nos une en nuestra fe: el sacramento de la Eucaristía, celebrado durante la misa, es una oportunidad para que los cristianos se reúnan regularmente y recen juntos. El Credo también se recita durante la misa; al recitarlo proclamamos lo que constituye el fundamento de la fe de nuestra Iglesia.
La oración universal es también un maravilloso ejemplo de unidad: todos rezamos juntos por intenciones colectivas, no personales. Nos permite acercarnos a los demás y sus problemas, abriendo nuestro corazón. El Padre Nuestro, aunque se reza regularmente como una oración personal, es una oración colectiva, hecha para orar juntos: ¡de hecho comienza con "Padre Nuestro que estás en el cielo" y no "Mi Padre que está en el cielo"! Finalmente, la liturgia de las horas, compuesta principalmente de laudes, vísperas y completas, es un momento de oración comunitaria muy fuerte. Allí encontramos la oración del Gloria al Padre.
Tal como está escrito en el catecismo de la Iglesia Católica, “La Liturgia de las Horas está destinada a convertirse en la oración de todo el Pueblo de Dios. En ella, Cristo mismo "continúa ejerciendo su función sacerdotal a través de su Iglesia"; cada uno participa en ella según su propio lugar en la Iglesia y las circunstancias de su vida: los sacerdotes como adscritos al ministerio pastoral, (...); religiosos y religiosas, por el carisma de su vida consagrada, todos los fieles según sus posibilidades "(artículo 1175). Cuando rezamos la liturgia de las horas, nunca la rezamos solos: la rezamos en comunión con toda la Iglesia, en nombre de la Iglesia y en comunión con ella. Es una oración colectiva destinada a puntuar nuestro día, que siempre termina con intenciones de oración destinadas a todos los cristianos y, en general, a todos los hombres.
Un cristiano solo es un cristiano en peligro: a veces es más fácil rezar entre muchos para perseverar en la oración, compartir sus penas y sus alegrías con los demás, intercambiar su fe o simplemente aprender a rezar. Muchas comunidades de oración tienen como objetivo ayudar a la oración, o simplemente sentirse en unión con muchos otros cristianos de todo el mundo, como Hozana.org.
La religión cristiana, a lo largo de la historia, se ha dividido en tres denominaciones principales: catolicismo, protestantismo y ortodoxia. Hozana es una asociación católica con vocación ecuménica, lo que significa que es cristiana y acoge a las comunidades de oración católicas, protestantes y ortodoxas. El término ecuménico significa universal, el ecumenismo es un esfuerzo particular de los cristianos para unir en oración a los cristianos de estas tres grandes denominaciones. La oración de los santos es apenas alentada en el protestantismo, pero ocupa un lugar muy importante en las religiones católica y ortodoxa.
Muchos de nosotros rezamos con los santos. Ellos nos pueden parecer más cercanos a nuestra humanidad que Dios y hacernos querer orar. Hay oraciones magníficas dedicadas a ellos, y cada santo se asocia tradicionalmente con una causa, un objeto particular: Santa Rita es la patrona de las causas perdidas y de las parejas, San José, el patrón de las familias, los trabajadores y la vivienda, San Antonio, patrón de los objetos perdidos y marineros, y del amor etc. También es posible pedirle a los santos que recen al Señor por nosotros rezando las letanías de los santos.
Los católicos también pueden rezar a su ángel guardián para ponerse bajo su protección. Lejos de las supersticiones y las creencias ocultas, nuestro ángel guardián es un protector dado por Dios que es fiel a nosotros y cuyo papel es protegernos de todo daño. ¡San Padre Pío nos dejó especialmente hermosas oraciones a nuestros ángeles guardianes!
Pero debemos tener cuidado: nunca rezamos a los santos, les pedimos que intercedan ante Dios por nosotros. En otras palabras, ¡siempre rezamos a Dios y a Cristo a través de los santos! Los santos también pueden ser modelos a seguir para nosotros e inspirarnos en nuestra vida diaria.
El origen del culto a los santos comienza con los primeros mártires del siglo II: los primeros cristianos van a las tumbas de los mártires, presentados como modelos, como San Ignacio de Antioquía, San Expedito o San Policarpo. Una cultura de admiración, que no debe confundirse con la adoración, se desarrolló rápidamente hacia estos valientes hombres y mujeres que dieron sus vidas por Cristo y a partir del siglo IV, muchos cristianos los toman como ejemplos, y confían en su protección. Y los muchos milagros que se producen fortalecen las oraciones de intercesión.
La Edad Media provocó una transición del culto a los mártires al culto a los santos, que se extendió ampliamente en el campo gracias a un doble movimiento de devoción popular y voluntad pastoral. La Iglesia presenta a los santos como ejemplos de la vida cristiana, y los fieles se ponen bajo la protección de los santos cuya milagrosa reputación no hace falta hacer. En Europa, el culto a las peregrinaciones, los ángeles y las reliquias alcanza auge: se desarrollaron muchos santuarios y lugares emblemáticos, se construyeron grandes catedrales para albergar los restos mortales de los santos.
La Reforma, en el siglo XVI, proclamó en voz alta que si bien los santos pueden ser tomados como modelo de la vida cristiana, de ninguna manera son intercesores ante Dios: Cristo es el único mediador entre Dios y los hombres. Finalmente, en 1563, el Concilio de Trento respaldó la doctrina de la Iglesia Católica sobre este tema con las siguientes palabras: “Los santos que reinan con Jesucristo ofrecen oraciones a Dios por los humanos. Es algo bueno y útil invocarlos y rogarles humildemente, obtener gracias y favores de Dios, a través de su Hijo Jesucristo, quien es nuestro único redentor y nuestro salvador". El culto a los santos tiene un lugar particularmente importante en las religiones católicas y ortodoxas, como lo demuestran las numerosas obras de arte sobre este tema, así como todos los milagros asociados con ellos en los últimos siglos!
Para los católicos, la Virgen María tiene un lugar muy especial. Ella es la Inmaculada Concepción, la elegida por Dios para llevar a su Hijo en su seno. Ella es modelo de pureza, bondad, humildad, y Dios la reconoció como una mujer aparte al otorgarle esta inmensa gracia: la de dar a luz a Jesús. La Iglesia Católica la designa bajo tres denominaciones: Madre de Dios, Virgen María, Inmaculada Concepción. Numerosas son sus apariciones en todo el mundo, como en Fátima, Lourdes, Guadalupe... El dogma de la Inmaculada Concepción la reconoce como la única mujer sin pecado que, por su "Sí", permitió el nacimiento de Cristo, y su presencia como hombre en nuestro mundo. Por lo cual se le da una devoción muy especial y existen muchas oraciones de consagración a la Virgen. A pesar de su lugar especial en la comunión de los santos y su relación privilegiada con el Señor, María es una santa: cuando le rezamos, le pedimos que interceda por nosotros ante Dios. Ella es una poderosa intercesora de nuestras oraciones, pero sigue siendo una mujer.
¡Descubre muchas propuestas para rezar con la Virgen María!
La novena consiste en rezar durante nueve días consecutivos para confiar una intención, recibir una gracia particular o incluso prepararse para una festividad litúrgica. En general, durante la novena se solicita la intercesión de un santo. Esta forma de oración es muy popular, sin duda porque desciende al nivel de nuestra naturaleza humana:
• La novena, que se extiende por varios días, nos permite tomar el tiempo para presentar las dificultades que tenemos, desear la ayuda del Señor y preparar nuestro corazón para recibir las gracias de Dios.
• También podemos encontrar que es más fácil dirigirnos a un santo o a la Virgen María que a Dios mismo. Su ejemplo puede inspirarnos, y saber que ellos están orando activamente por nosotros puede ser de gran ayuda.
Las novenas a Santa Rita y a San José son tradicionalmente muy populares, cada uno de ellos es rezado por sus carismas personales. Muchas novenas también están dedicadas a la Virgen María, por ejemplo, para prepararse a celebrar su Inmaculada Concepción cada 15 de agosto. San Miguel Arcángel también reúne muchas oraciones alrededor de las novenas, especialmente cuando se trata de orar por Francia, de la cual es uno de los patrones. Por otro lado, aunque algunas novenas son particularmente conocidas, no es necesario ninguna fórmula para comenzar una novena. Podemos orar por cualquier intención y pedir o no la intercesión de un santo de nuestra elección.
Finalmente, hay una forma muy común de oración para orar a María, y a través de Ella a Dios: el Rosario. Es a la vez una oración y una meditación bíblica: un Rosario se compone de 5 misterios de Cristo, meditado durante un Padre Nuestro, 10 Ave María y Gloria al Padre.
“Cuélguese del Rosario como la planta trepadora se cuelga del árbol. ¡Sin Nuestra Señora, no podemos resistir!", repetía Madre Teresa.
El Rosario, también llamado "oración del pueblo", es una manera hermosa y sencilla de rezar todos los días. Nos recuerda la ofrenda que Cristo nos hizo de su vida y nos permite ubicarnos en el corazón de María reviviendo los aspectos más destacados de su vida. Ya sea durante un decenario, un Rosario o un Rosario completo, cada Ave María es como una rosa que arrojamos a los pies de María, un gran agradecimiento desde el fondo de nuestros corazones. Pero, ¿cuál es la diferencia entre todas estas oraciones? Un decenario corresponde a 10 Ave María rezadas. Un Rosario es la meditación de 5 misterios, por lo tanto de 5 decenas de Ave María, cada misterio comprende una decena. El Rosario, por su parte, está formado por todos los misterios, es decir, de 4 Rosarios. Cuando rezamos un Rosario, rezamos 200 Ave María.
Existe también un Rosario a San José. Menos conocido pero tan hermoso como el dedicado a María, éste nos invita a redescubrir la vida de Cristo y a seguir sus pasos a través de los ojos del hombre que lo crió y lo protegió.
“Estoy convencido de que si, durante veinte siglos, el inmenso esfuerzo de predicación, de enseñanza y de catequesis se hubiera unido a un esfuerzo no menos poderoso de iniciación a la oración interior, el rostro de este mundo sería distinto. De hecho, tantos niños han asistido al catecismo y nunca han aprendido a rezar. (...) Damos la enseñanza pero no enseñamos cómo vivir esta enseñanza. Es posible, estoy seguro, de poder hacer que los hombres escapen a la fascinación de la riqueza que lleva a nuestro mundo al borde del desastre, pero el medio, el único, es llevar el corazón de los hombres a dejar que Dios les fascine mediante la oración". Padre Caffarel
La oración, esta piedra angular de la religión cristiana, es algo descuidada en el aprendizaje de una religión: cultivamos la mente y olvidamos cultivar el corazón. Ahora bien, sin oración, no hay relación con Dios. La oración crea confianza, esperanza, aumenta nuestro amor, nuestra fe, nuestra alegría. Pero este inmenso don de la oración también es muy exigente. La misión de Hozana es ayudarte a orar: proporcionándote contenidos, ayudándote a perseverar, recordándote que un día tomaste la decisión de amar a Dios.
Hozana es una red social de oración que permite crear y unirse a comunidades de oración en torno a propuestas espirituales. Más de 250,000 fieles de todo el mundo rezan juntos y usan esta increíble herramienta para enriquecer su oración y perseverar en esta exigencia. También hay comunidades para orar diariamente con el Evangelio, como novenas, y comunidades para recibir una oración diferente cada día o incluso para consagrarse a san José.
Orar es necesario para cultivar la fe, crear una relación con Dios y mantenerla viva. Como el Papa Francisco lo dice muy bien: "Dios te ama, no tengas miedo de amarlo a cambio". ¿Qué esperas, entonces, para ponerte a rezar?