La oración de Laudes junto con las Vísperas es una de las oraciones más importantes de la Liturgia de las Horas. Antes reservado únicamente a las personas consagradas, la Liturgia de las Horas es rezada por numerosos laicos desde el Concilio Vaticano II. Es la misma en cada país y permite la unidad de la Iglesia católica en la oración.
“Señor, escucha mi voz por la mañana; cada mañana llevo a ti mis peticiones y quedo a la espera” (salmo 5: 3). El término “laudes” viene del latín “alabanza” y celebra las bondades de Dios al inicio de un nuevo día. Las Laudes corresponden a la oración de la mañana de la Liturgia de la Horas. Es una oración compuesta de un himno, una lectura y varios salmos, que nos permiten consagrarnos a Dios al principio de nuestra jornada. Cuando aún estamos libres de toda preocupación del día, nos ponemos en las manos del Señor por medio de esta antigua y muy completa oración y le damos gracias por todas sus bondades.
Las Laudes son la oración de la mañana más rezada en el mundo: todas las comunidades religiosas y todos los sacerdotes se comprometen a rezar los Oficios de las Horas respetando la regla de San Benito.
Las Laudes son una oración magnífica, generalmente rezada en comunidad, pero pueden igualmente rezarse en familia ó a solas.
El oficio comienza por los versículos de introducción:
“Señor, abre mis labios,
Y mi boca proclamará tu alabanza.”
“Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
Por los siglos de los siglos, Amén.”
Luego viene el Himno. Puede ser cantado o recitado de pie y cambia cada día. Al lanzar el oficio, se alaba a Dios y se cantan sus bondades.
El Invitatorio es seguido de la salmodia. Se trata de un salmo, un cántico del antiguo testamento y de un salmo de alabanza, que son salmodiados o recitados por la asamblea sentada. Todos terminan por los versículos:
“Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo
Por los siglos de los siglos, Amén”
La asamblea, en signo de respeto, inclina la cabeza al mismo tiempo que pronuncia el primer versículo. Cada salmo es precedido por una antífona. Una antífona es una frase escogida en función de las palabras del salmo y que es enunciada antes de la salmodia por una sola persona y repetida por la asamblea al final del salmo.
Los salmos están seguidos de una lectura breve de un texto bíblico tomado de las Escrituras. Este texto, como el Himno y los salmos precedentes, cambia todos los días. Un tiempo de silencio y de meditación es generalmente observado al final de esta lectura, viene luego un responso breve entre el lector y la asamblea.
El Cántico Evangélico, pues es tomado del Evangelio, llamado también Cántico de Zacarías o Benedictus en referencia a su nombre en latín, es el punto culminante de Laudes. Este cántico recuerda la promesa que Dios hizo a Abraham y arraiga a todos los cristianos en esta promesa. Está precedido y seguido de una antífona, como los otros salmos, y se salmodia o recita de pie en signo de respeto.
“Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo,
por boca de sus santos profetas.
Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
realizando la misericordia
que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abrahám.
Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.
Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.
Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tinieblas
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz”
“Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.”
Enseguida vienen las oraciones de intercesión para consagrar a Dios nuestra jornada, nuestro trabajo y para orar por la Iglesia y el mundo.
Están seguidas del Padre Nuestro y de una bendición para comenzar nuestra jornada como misioneros del Señor.
“Padre Nuestro, que estás en los cielos,
Santificado sea tu nombre,
Venga hacia nosotros tu reino,
Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Dadnos hoy nuestro pan de cada día,
Perdona nuestras ofensas,
Como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden.
Y no nos dejes caer en tentación
Más líbranos del mal.
Amén”
Las Laudes son diferentes cada día, en función de la semana y del día.
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