Es un tipo de oración que se caracteriza por tener una fuerte dimensión meditativa. La contemplación puede definirse como “el conjunto de meditaciones profundas, que van tan lejos como para romper toda conexión de la mente y del cuerpo con las cosas tangibles.”
Podemos ver que, en esta definición sale a relucir la palabra “meditaciones”. Por lo tanto, se puede decir que la contemplación consiste en poner el cuerpo, la mente y el alma en una postura de meditación, con el objetivo de acercarse Dios lo máximo posible. De hecho, la contemplación no solo corresponde a la última fase de la lectio divina, sino también a una forma de oración como tal. Incluso, la Iglesia Católica de Francia considera que "la contemplación es necesaria en la vida de todo cristiano para que sus acciones reflejen su amor a Dios". Imagino que te preguntarás concretamente, ¿qué es la contemplación y cómo se hace?. Te lo explicamos a continuación:
Como lo hizo María, nosotros también podemos sentarnos a los pies de Cristo, y tratar de no dejarnos abrumar por la inquietud, como Marta. "María eligió la mejor parte", y cuando nosotros decidimos contemplar a Dios, también estamos escogiendo la mejor parte. Por lo tanto, debemos asegurarnos de disfrutarla: se trata de dejar de lado toda agitación mental o del alma, más que la física y encontrarnos con el Señor.
De hecho, como en toda oración meditativa, se aconseja comenzar nuestro tiempo de contemplación guardando silencio en nuestro interior. Debemos dejar que nuestro ser vuelva a la calma, así como cuando se espera que baje la marea del mar. Es necesario que nuestra Marta interior venga a sentarse con María para contemplar a Jesús en silencio. Del mismo modo en que las impurezas del mar se van al fondo, para que el agua sea clara y transparente, debemos dejar que nuestra mente y espíritu, a veces agitados, se abran para sentir la presencia de Dios en nuestro interior. Para ello, es necesario que centremos nuestra atención en nosotros mismos, pues es justamente ahí donde Dios habita.
"Sí, yo te contemplé en el Santuario para ver tu poder y tu gloria" (Sal 62: 3). Cuando nos adentramos en la contemplación, podemos pedir al Señor la gracia de ver su fuerza y su gloria.
Dios se nos ha revelado a través de su Hijo Jesucristo. ¿Qué mejor forma de contemplar a Dios que a través de la Biblia? Cuando nos sentamos a contemplar a Dios, podemos apoyarnos en las Escrituras. Contemplemos su gloria a través de los Evangelios, leamos y repitamos sus palabras, admiremos sus acciones. Por último, centremos nuestra atención en Jesús y sus diversas manifestaciones: sus palabras, sus obras, sus enseñanzas y en su presencia, tan real en la Eucaristía.
Es inevitable que nuestros pensamientos se desvíen. Por lo tanto, debemos tener cuidado de volver a enfocar toda nuestra atención, continuamente, en Dios, y alejar cualquier pensamiento que no esté relacionado con Él. La contemplación es más un ejercicio de amor que de concentración. De hecho, si todo nuestro ser se orienta hacia el amor de Jesús por nosotros, y le ofrecemos todo el amor que le tenemos, nuestros pensamientos se distraerán menos y nuestra contemplación dará más frutos.
No olvidemos que, en nuestros momentos de contemplación, no estamos solos: nunca estamos solos. Si decidimos contemplar a Dios, debemos saber que Él está ahí, esperándonos, mucho antes de que nosotros lleguemos: Él está ahí contemplándonos y mirándonos con amor. Recordar esto enriquece nuestra propia contemplación.
En sus ejercicios espirituales, San Ignacio de Loyola propone una manera de contemplar a Dios basada en las Escrituras: se trata de sumergirse en un pasaje de la Biblia, con la imaginación, luego de haberlo leído. Para lograr dicho fin conviene escudriñar cada aspecto del pasaje con todos nuestros sentidos. Por ejemplo, con la vista visualizamos el pasaje como si estuviéramos viendo una película. Con el oído, escuchamos lo que se dicen los personajes entre sí, y los ruidos que hay alrededor. Con el tacto, percibimos cuáles son las sensaciones físicas, si hace calor, frío, si el viento toca tu piel, si la arena se mete en tus sandalias, etc. Y con el olfato y el gusto podemos descubrir lo que hay en el ambiente.
Después de pasar un tiempo inmersos en una escena de la vida de Jesús, después de observar atentamente todo lo que sucede y la forma en que se comporta, podemos intentar analizar nuestra vida cotidiana, o un episodio concreto de nuestra vida. ¿Acaso nos comportamos como lo habría hecho Jesús? ¿Nos parecemos a Cristo en la mayoría de cosas?. Esta revisión interna nos permite poner de manifiesto nuestras debilidades y carencias, y nos motiva a tomar conciencia de lo que tenemos que mejorar. De este modo, luego podremos levantarnos dispuestos a actuar de la mejor manera posible, a imagen de Jesús.
En nuestra vida cotidiana, solo basta con abrir los ojos para contemplar la gloria de Dios. ¿Qué mejor manifestación de Dios que su creación? Contemplemos, pues, a Dios cuando miramos al prójimo: Dios vive en ellos, así como vive en cada uno de nosotros; cuando miramos a los demás, vemos a Dios.
Ampliemos nuestros horizontes y observemos (dependiendo de donde vivamos) los árboles, los ríos, las frutas y verduras, las montañas, el mar o el campo, observemos las flores y los campos, el cielo y las estrellas, el sol y la luna, la lluvia, el arco iris, las nubes, etc. Todo esto son manifestaciones de Dios en nuestra vida; seamos conscientes de ello cuando miremos a nuestro alrededor: Dios se manifiesta en todas partes alrededor nuestro, y se muestra en todo su esplendor. ¡Aprendamos a verlo y a contemplar lo que nos ofrece!
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