Durante las apariciones de Fátima, tres niños recibieron el gran mensaje de Fátima, los secretos de Fátima. El 13 de mayo de 2017, con motivo del centenario de las apariciones de la Virgen de Fátima, el Papa Francisco canonizó a Francisco y Jacinta Marto, dos de los niños que vieron la Virgen. De este modo, los dos hermanos pasaron a ser los no mártires más jóvenes en ser proclamados santos en la historia de la Iglesia. Su fiesta común se celebra el 20 de febrero, fecha del nacimiento de Jacinta en el cielo.
A partir de 1915, tres pastorcitos que cuidaban su rebaño en las cercanías de Fátima (Portugal) comenzaron a presenciar varias apariciones: todo comenzó cuando la pequeña Lucía estaba en compañía de dos amigas paseando en el bosque. De repente, vieron un ángel brillante que aguardaba en silencio en la colina de Cabeço. Luego, en 1916, Lucía Dos Santos y sus dos primos, Francisco y Jacinta Marto, volvieron a ver al ángel en tres ocasiones: en un primer momento, este se presentó como el Ángel de la Paz, y luego como el Ángel custodio de Portugal. A decir verdad, estas apariciones angélicas prepararon a los niños para presenciar posteriormente las apariciones de la Santísima Virgen, que sucedieron entre mayo y octubre de 1917, en Cova da Iria (Portugal). Por aquel entonces, Lucía tenía 10 años, Francisco 9 y Jacinta 7. Sin embargo, a pesar de la corta edad de los tres pastorcitos, la Virgen se les apareció y les hizo varios anuncios sobre sus vidas: “Iréis, pues, a sufrir mucho, pero la gracia de Dios os confortará”. Además, en la primera aparición les dijo: “me llevaré a Jacinta y a Francisco muy pronto, pero tú te quedarás un poco más, ya que Jesús desea que tú me hagas conocer y amar en la Tierra. Él también desea que tú establezcas devoción en el mundo entero a mi Inmaculado Corazón”
El 13 de mayo de 2017 el Papa Francisco canonizó a Francisco y Jacinta Marto, dos de los tres pastorcitos que vieron a la Virgen María, en el marco del centenario de las apariciones de la Virgen de Fátima. Como dato importante se puede agregar que, en la historia de la iglesia, estos dos hermanitos son los no mártires más jóvenes en haber sido proclamados santos. La fiesta de ambos se celebra el mismo día, el 20 de febrero, fecha del nacimiento de Jacinta en el cielo.
Para terminar esta parte, es necesario saber que, durante las apariciones de Fátima, los tres niños recibieron el gran mensaje de Fátima, también conocido como los secretos de Fátima. En la actualidad, la oración a Nuestra Señora de Fátima está más vigente que nunca, y la devoción al Corazón Inmaculado de María sigue extendiéndose en todo el mundo.
Jacinta Marto nació el 11 de marzo de 1910 en Aljustrel, cerca de Fátima (Portugal). La pequeña era la última de once hermanos, y su familia era muy piadosa. Jacinta pasaba sus días pastoreando el rebaño junto a su hermano Francisco. El testimonio de Sor Lucía permitió conocer el temperamento de su prima: era una niña llena de entusiasmo y vitalidad, además era muy susceptible, lo cual hacía que a veces fuera un poco malhumorada. No obstante, se mostró bastante dócil ante la gracia recibida, con un corazón puro, capaz de dar mucho amor y de ofrecer sacrificios. De hecho, la pequeña pastorcita se sintió profundamente conmovida por la visión del infierno y el destino que espera a los pobres pecadores. A partir de entonces, Jacinta se tomó tan a pecho los sacrificios por la conversión de los pecadores, que hacía uno cada vez que podía. Por ejemplo, daba sus comidas a los niños pobres y se quedaba sin comer "por los pecadores que comen demasiado"; también iba a misa durante la semana, incluso cuando no tenía fuerzas, "por la conversión de los pecadores que no van a misa ni siquiera los domingos". Además, le encantaba bailar, y un día decidió que no lo haría más “como sacrificio por la conversión de los pecadores”. Además, Jacinta siempre repetía: “Amo tanto el Señor y la Virgen María que no me canso de decirles que los quiero” y continuamente cantaba: “¡Dulce corazón de María, sed la salvación mía! ¡Corazón Inmaculado de María, convierte los pecadores!”
Después de las apariciones, Jacinta ingresó a la escuela primaria para aprender a leer y escribir, tal como la Virgen se lo había pedido. La madre de Jesús se le apareció tres veces más, especialmente en la iglesia de Fátima, ese hermoso lugar donde la virgen le enseñó a rezar el Rosario. Además, Jacinta también pudo contemplar varias visiones proféticas que describían ciertos acontecimientos anunciados en el gran secreto del 13 de julio de 1917.
En 1918 hizo la Primera Comunión y ese mismo año, la Virgen vino a visitar a Jacinta y Francisco para fortalecerlos aún más en su fe. Este es el relato de Jacinta: “Nuestra Señora nos vino a ver, y dice que enseguida viene a buscar a Francisco para llevarlo al cielo. A mí me preguntó si todavía quería convertir más pecadores. Le dije que sí. Me dijo que iría a un hospital y que allí sufriría mucho; que sufriese por la conversión de los pecadores, en reparación por los pecados contra el Inmaculado Corazón de María y por amor de Jesús. Pregunté si tú ibas conmigo (su prima Lucía). Me dijo que no. Esto es lo que me cuesta más. Dijo que irá mi madre a llevarme y que después me quedaré allí solita”.
En diciembre de 1918, Jacinta y su hermano François contrajeron la gripe española, que asolaba Europa por aquel entonces. Posteriormente, la niña tuvo una crisis de neumonía y desarrolló una pleuresía purulenta que le causó grandes sufrimientos. En 1920, fue llevada al Hospital Dona Estefania de Lisboa: allí no pudo ser anestesiada y sufrió mucho. La pequeña murió sola el 20 de febrero de 1920, y poco después su cuerpo empezó a emitir una fragancia similar a una mezcla de varias flores. Además, sus mejillas se tornaron de un hermoso color rosa. Cabe anotar que, en un primer momento, Jacinta fue enterrada en el cementerio de Vila Nova d'Ourém, pero en 1935, su cuerpo fue trasladado a Fátima y, cuando se abrió su ataúd, se descubrió que su rostro se mantenía aún intacto.
El Papa Juan Pablo II proclamó la beatificación de Jacinta el 13 de mayo de 2000, afirmando que la pequeña había muerto "ofreciéndose heroicamente como víctima por la conversión de los pecadores".
Francisco Marto nació el 11 de junio de 1908, un poco antes que Jacinta, y era el décimo hijo de su familia. Sus padres, Olimpia y Manuel Marto, lo describieron como un "niño paciente, amable y reservado, propenso a la contemplación". Al jovencito no le gustaban las peleas y a veces prefería aislarse, por lo cual se evadía para disfrutar de la naturaleza, la poesía y la música. Al igual que su hermana Jacinta, Francisco también tenía un gran corazón. No obstante, durante las apariciones, Francisco vio todo, pero no escuchó a la Virgen.
En la primera aparición, la Virgen le anunció que se iría al cielo muy pronto, pero que antes debía rezar muchos rosarios: fue a través de esta devoción que el pequeño trató de consolar a la Virgen María y especialmente al Señor Jesucristo. A menudo decía: “¡Qué pena que (el Señor) esté tan triste! ¡Si yo lo pudiera consolar!”.
Por otro lado, la vida de Francisco no fué tan sencilla: a decir verdad, sufrió muchas humillaciones y burlas por parte de sus compañeros, incluso su profesor le llamó ciego, pero el niño lo soportó todo con resignación y sin quejarse. Un día, cuando dos señoras le preguntaron a qué profesión quería dedicarse al crecer, Francisco respondió: "¡No quiero nada! ¡Quiero morir e ir al cielo!”. Tanto era su amor por el Señor, que cuando contrajo la gripe española, acogió su enfermedad como un inmenso regalo que le permitía “consolar a nuestro Señor, que está tan triste por causa de tantos pecados”. Además, el pequeño también anhelaba la redención de los pecados de las almas y alcanzar el cielo. Para lograrlo, rezaba nueve rosarios al día y hacía sacrificios dignos de admirar. De hecho, cuando ya no tenía fuerzas para rezar, le decía a su madre: “¡Oh, mamá! ¡Ya no me quedan fuerzas para decir el Rosario, y los Ave María que digo suenan vacíos!”, mientras que su madre consolaba su alma diciéndole: “Si no puedes recitar el Rosario con los labios, dilo con el corazón. Nuestra Señora también lo escucha así ¡y estará igual de contenta!”. De hecho, dos días antes de su muerte, Francisco pidió hacer la Primera Comunión y le confesó a su hermanita Jacinta: “Hoy soy más feliz que tú porque tengo a Jesús en mi corazón”.
El 4 de abril de 1919, justo antes de morir, exclamó: “¡Mira mamá, esa hermosa luz junto a la puerta!” y luego se fué con una sonrisa en su rostro, y sin mostrar ningún sufrimiento o pena. En un primer momento, el pequeño Francisco fue enterrado en el cementerio parroquial, pero el 13 de marzo de 1952, su cuerpo fue trasladado a la capilla de la Basílica de Nuestra Señora del Rosario de Fátima, junto al cuerpo de su hermanita, que había sido puesto allí el 1 de mayo de 1951. Los restos de su prima, Sor Lucía, también fueron colocados junto a ellos el 19 de febrero de 2006.
En la primavera de 1916, el Ángel de la Paz enseñó a los niños esta oración, pidiéndoles que la recitaran continuamente por la conversión de los pecadores: “¡Dios mío! yo creo, adoro, espero y os amo. Os pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan y no os aman”
En el otoño de 1916, el Ángel dio la comunión a los niños y luego les enseñó esta oración: “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo te adoro profundamente y te ofrezco el preciosísimo Cuerpo y Sangre, Alma y Divinidad de Jesucristo, presente en todos los sagrarios de la tierra, en reparación de los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con que El mismo es ofendido. Y por los infinitos méritos de su Santísimo Corazón y del Inmaculado Corazón de María, te pido la conversión de los pobres pecadores”.
Luego, la Virgen pidió a los niños que rezaran esta oración después de cada misterio del Rosario: “Oh mi buen Jesús, perdona nuestros pecados, líbranos del fuego del infierno, especialmente a las más necesitadas de tu divina Misericordia”.
Además, nuestra Señora de Fátima dijo a los pastorcitos que debían ofrecer sus sacrificios rezando esta pequeña invocación: “Oh Jesús, esto es por amor a ti, por la conversión de los pecadores, y en reparación por las ofensas cometidas contra el Inmaculado Corazón de María”.
Por último, los niños se sintieron llamados a recitar esta oración desde la primera aparición que tuvieron: “Santísima Trinidad, yo te adoro. Dios mío, Dios mío, yo te amo en el Santísimo Sacramento”. Esta oración es conocida como la oración eucarística.
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También puedes unirte a esta novena para conmemorar a Nuestra Señora de Fátima, considerada la aparición mariana más importante del siglo XX.