Santa Teresa- Benedicta de la Cruz, cuyo nombre de nacimiento era Edith Stein, nació en 1891 en el seno de una familia judía prusiana. A los trece años se declaró atea. Era una mujer brillante y en 1916, a la edad de 25 años, obtuvo un título de doctora en Filosofía en la Universidad de Gotinga. Cuatro años más tarde, después de haber leído un libro de Santa Teresa de Ávila, se convirtió al catolicismo, completamente conmocionada: “Esta es la verdad”. Tras dejar su trabajo como profesora y filósofa, en 1933 ingresó al convento de las Carmelitas Descalzas de Colonia, una versión reformada de la orden fundada por Santa Teresa e intentó trasladar a su propia vida las “siete moradas” de Santa Teresa de Ávila. Santa Teresa Benedicta consideraba que su vocación era “interceder ante Dios por todos”. Por eso quiso asumir, con Cristo, el dolor de la Santa Cruz, para sufrir con su pueblo y orar por ellos.
Desafortunadamente, en 1939 estalló la Segunda Guerra Mundial y, a pesar de su conversión, Edith Stein corría el riesgo de ser detenida por los nazis debido a su origen judío y aunque las hermanas organizaron su huida a Holanda de todos modos el 2 de agosto de 1942 fue detenida, junto con su hermana y fue deportada a Auschwitz, donde murió como mártir una semana después de su llegada.
Por último, Santa Teresa- Benedicta de la Cruz fue canonizada el 11 de octubre de 1998 por el Papa Juan Pablo II y su fiesta se celebra el 9 de agosto como patrona de los mártires. Además, desde 1999 es copatrona de Europa, junto con Santa Brígida de Suecia y Santa Catalina de Siena.
“Verbo de Dios, tú nos enseñas a perdonar al verdugo que nos tortura, a poner la otra mejilla al que nos golpea, a dar sin medida al que nos pide. ¡Bendito seas, Verbo de Dios! Verdadero Hijo de Dios, tú nos enseñas a no tener miedo de nuestros miedos, a responder a las amenazas, con cantos, a luchar con los oprimidos. Verdadero Hijo de Dios, ¡alabado seas!”
“Tú fijas con amor tu mirada en la mía, y escuchas mis palabras frágiles, y llenas de paz las profundidades de mi corazón. Sin embargo, tu amor no se sacia en este intercambio que produce una separación. Tu corazón desea mucho más. Tu cuerpo se entrelaza misteriosamente con el mío y tu alma se une a la mía: Ya no soy lo que una vez fui. Tú vienes y te vas, pero dejas detrás de ti la semilla que sembraste para la gloria venidera, enterrada en un cuerpo de polvo. Amén”.
“Cuando se desatan las tormentas, tú, Señor, eres nuestra fuerza.
Te alabaremos, a ti, Dios fuerte, que eres nuestra ayuda constante.
Permaneceremos firmes a tu lado, poniendo en ti nuestra confianza, aunque la tierra se sacuda y el mar se embravezca.
Que las olas se agiten y se rompan, que las montañas se balanceen, pero la alegría nos iluminará, la ciudad de Dios te dará gracias.
En ella tú moras, preservando su santa paz.
Y un río caudaloso protege la sublime morada de Dios.
Los pueblos enloquecidos se enfurecen, el poder de los estados se desmorona.
He aquí que él alza su voz, la tierra retumba y tiembla.
Pero el Señor está con nosotros, el Señor, el Dios de Sabaoth.
Tú eres nuestra luz y nuestra salvación; no debemos temer.
Venid todos y contemplad los prodigios de su poder: Todas las guerras perecen, la cuerda del arco se afloja.
Arrojad al fuego escudos y armas de guerra.
El Señor, el Dios de Sabaoth, nos ayudará en nuestra necesidad. Amén”.
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