Al igual que las otras fiestas religiosas principales del año litúrgico, como Navidad y Pentecostés, la celebración de la fiesta de Pascua se prolonga durante ocho días, y este período de tiempo se conoce como octava.
A decir verdad, esta práctica religiosa fue introducida por el emperador Constantino en el siglo IV, y quiere decir que durante ocho días la Iglesia repite la misma liturgia solemne en la misa, con el propósito de reiterar el misterio de la resurrección de Jesucristo.
En otras palabras, la octava de Pascua se refiere a los ocho días posteriores a la fiesta de Pascua que se prolongan hasta el domingo siguiente a su celebración. Anteriormente este día se conocía como "domingo In Albis" o domingo de quasimodo, pero tras la canonización de Sor Faustina en la década de los 2000, Juan Pablo II pasó a llamarlo "Domingo de la Divina Misericordia".
De este modo, la octava de Pascua da un tono especial a la fiesta de Pascua, ya que cada día es un día de fiesta, que reitera el gran día de la resurrección de Cristo. Por otro lado, estos ocho días nos recuerdan que, ¡el misterio de la resurrección de Cristo es el fundamento de nuestra vida cristiana!
El Tiempo Pascual, que comienza con el Domingo de Pascua (o Domingo de Resurrección), se extiende hasta la fiesta de Pentecostés, durante ocho domingos o cincuenta días que nos permiten seguir al Cristo resucitado.
De hecho, este tiempo, que complementa y enriquece la octava pascual, permite a cada uno de nosotros impregnarse de la alegría de la Pascua, puesto que la octava nos recuerda cada día que "Cristo ha resucitado": Luego, los días que siguen nos conducen en un primer momento hacia la Ascensión del Señor, y finalmente hacia el Pentecostés, para recibir plenamente el Espíritu Santo.
Durante los ocho días que componen la octava de Pascua, la liturgia no deja de recordarnos el gran misterio de la resurrección de Cristo: las oraciones y los cantos se repiten a lo largo de los días, y durante toda la octava pascual, las iglesias tocan sus campanas a las seis de la tarde…
De este modo, en la liturgia se utilizan todos los medios posibles para mantener viva la alegría pascual: para esto, se entona el aleluya antes de la lectura del Evangelio, y junto a los salmos o los cantos, y se decora con ornamentos litúrgicos blancos, un color que simboliza la resurrección de Cristo, y nos recuerda las vestimentas de los ángeles en la mañana de Pascua (Apocalipsis 7:9s). Además, ese día los recién bautizados también llevan puestas las vestimentas blancas que se les entregaron el día de su bautismo, es decir, el domingo de Pascua. Por último, durante estas fechas se suele poner el cirio pascual en el altar y poner la pila bautismal en un lugar destacado.
Las lecturas de esta primera semana después de la Pascua nos hacen meditar sobre la nueva vida que la resurrección de Cristo nos brinda. De hecho, durante estas fechas, la Iglesia nos invita a perseverar en la fidelidad a nuestro bautismo viviendo "como los que han resucitado" (Romanos 6:5), por lo tanto, todas las oraciones de la semana nos recuerdan este aspecto tan importante.
De hecho, todos los Evangelios recuerdan la resurrección de Cristo:
Espiritualmente, los ocho días de la octava pascual son una oportunidad para que los cristianos se sumerjan en la alegría de la resurrección de Cristo, meditando, día tras día, en este gran acontecimiento que marca toda nuestra vida cristiana.
Al respecto, el papa Francisco dijo: “la resurrección de Cristo es un acontecimiento que sobrepasa ciertamente la historia de la humanidad”. Para el Papa, la alegría de la Pascua es "un don del Señor que nos llena por dentro, como una unción del Espíritu". En otras palabras, la alegría de la Pascua es la alegría de la salvación, ya que por la resurrección del Señor hemos pasado de muerte a vida: se trata de una alegría profunda y verdadera que se recibe directamente de Cristo, y que ¡nada ni nadie nos puede quitar!
Por lo tanto, durante esta octava pascual, debemos tomarnos el tiempo de llenarnos de ese alimento interior, es decir, de esa alegría que nos da fuerzas cada día de nuestra vida. Además, podemos meditar los misterios gloriosos del Santo Rosario, e invocar los siete dones del Espíritu Santo para disfrutar plenamente de la mayor de las alegrías: "¡Cristo ha resucitado, aleluya!"
"Ofrezcan los cristianos
ofrendas de alabanza
a gloria de la Víctima
propicia de la Pascua.
Cordero sin pecado
que a las ovejas salva,
a Dios y a los culpables
unió con nueva alianza.
Lucharon vida y muerte
en singular batalla
y, muerto el que es la Vida,
triunfante se levanta.
¿Qué has visto de camino,
María, en la mañana?
A mi Señor glorioso,
la tumba abandonada,
los ángeles testigos,
sudarios y mortaja.
¡Resucitó de veras
mi amor y mi esperanza!
Venid a Galilea,
allí el Señor aguarda;
allí veréis los suyos
la gloria de la Pascua.
Primicia de los muertos,
sabemos por tu gracia
que estás resucitado;
la muerte en ti no manda.
Rey vencedor, apiádate
de la miseria humana
y da a tus fieles parte
en tu victoria santa".
-Nombre del himno: Secuencia de Pascua
Los ocho días de la octava de Pascua nos permiten entrar de lleno en la alegría pascual, ¡la alegría del Resucitado! Te invitamos a ir a Cristo, la fuente de nuestra alegría, para que nos revista con el manto de los resucitados y nos conduzca a una vida renovada.
Para eso, Hozana te invita a descubrir diversas comunidades de oración para acercarte a Cristo: